Y un día desperté, helado de frío.
Con la piel de gallina me volví sobre mi mismo.
Triste intemperie de una habitación vacía.
Blanca como la nieve, orgullosa como el mar.
Tanteé mil esquinas.
Me perdi en mi presencia.
Tarareé una canción que me devolviera la cordura.
Me pregunté por qué Dios me había vuelto a dejar solo.
En un mundo vacío, sin palabras escritas.
Un triste martilleo golpeaba mi pecho.
Por mis venas fluye tinta, de celulosa es mi piel.
Una vieja Olivetti empieza a crear palabras.
Una, dos, tres, cuatro
Y me encontré en un jardin
Cinco, seis, siete, ocho
Y me transformé en una flor.
Nueve, diez, once, doce
Y la historia comenzó.
10 febrero, 2007
08 diciembre, 2006
El vampiro y la luna
I
Deslizo mis manos una noche más sobre este teclado. Juego con blancas y negras, como si a una eterna partida de ajedrez jugara mi ego conmigo mismo. Por encima de este tejado sólo se encuentra la luna, fiel compañera del frío de mi piel. Confidente comprensiva que siempre muestra una mueca cóncava que algunos toman por sonrisa pero que, yo lo sé, sólo se trata de un vacío insalvable. ¿De qué te ríes blanquecina luna? No eres más que un trozo de piedra levitante en un vacío absoluto. Ser de destino cíclico condenado a la no muerte como yo. Será por eso que hablo contigo y no con el fétido sol. Porque él algún día se extinguirá, lo sé, mientras que tú y yo estaremos aquí para verlo. Nos reiremos, claro está. Brotarán lágrimas de esas cuencas vacías que algunos toman por ojos, aunque no tendrán ya significado alguno. ¿Quién se preocupa de ver pasar el paisaje cuando el camino es largo y queda tanto por vislumbrar? No recuerdo cuándo nací. Cada noche vengo aquí, bien lo sabes, a tocar una y otra vez la misma infernal melodía. Sé que la compuse tiempo atrás. Mis dedos se deslizaban sobre su dulce piel. El sonrosado de sus mejillas hacían temblar mis manos. Su olor … me transportaba más allá de ti. Sin embargo, hoy día sólo queda esta triste canción y un recuerdo del cual dudo no fuese invención de una febril pesadilla … en la que soñé estar vivo. Sí, todavía lo recuerdo. Fueron mis lágrimas al caer sobre su desnudo pecho muerto las que marcaban el ritmo que desembocó en esta melodía. Cuánto dolor hay en el estar vivo … y cuanto vacío en el no estar muerto.
30 noviembre, 2006
Poema inconcluso...
Siento como el lápiz araña el papel,
olas de celulosa de un gris un tanto claro.
Siento como sin cuidado escala mi piel
penetrando por mis ojos, resguardándose al amparo
de un alma marchita de poeta imberbe,
que taciturno desfila ante el paredón de la suerte
de un mundo en ruinas, cada día más caro,
que resquebraja tu yo hasta llegar a la hiel.
El silencio me intimida, el ruido se hace extraño.
No encuentro la salida en el laberinto de satén.
Tras una palabra perdida sin saber bien lo que hago
voy dejando un par de migas con mi mirada en el ayer.
Siento como el lápiz araña el papel,
olas de celulosa de un gris un tanto claro.
Siento como sin cuidado escala mi piel
penetrando por mis ojos, resguardándose al amparo
de un alma marchita de poeta imberbe,
que taciturno desfila ante el paredón de la suerte
de un mundo en ruinas, cada día más caro,
que resquebraja tu yo hasta llegar a la hiel.
El silencio me intimida, el ruido se hace extraño.
No encuentro la salida en el laberinto de satén.
Tras una palabra perdida sin saber bien lo que hago
voy dejando un par de migas con mi mirada en el ayer.
25 octubre, 2006
Tras el último suspiro de un alma errante
emprendo el camino con silencio vacilante,
tapando mis oídos con manos cansadas
desfallezco sobre un lecho de hojas quemadas.
De mala gana me miro para no encontrar nada
en mis ojos marchitos de pupilas dilatadas
y el líquido que fluye en mis venas sangrantes
ayer eran versos de un poeta atlante.
emprendo el camino con silencio vacilante,
tapando mis oídos con manos cansadas
desfallezco sobre un lecho de hojas quemadas.
De mala gana me miro para no encontrar nada
en mis ojos marchitos de pupilas dilatadas
y el líquido que fluye en mis venas sangrantes
ayer eran versos de un poeta atlante.
22 octubre, 2006
03 octubre, 2006
21 septiembre, 2006
Granado el oro, está la espiga, al día claro,
encendiendo en la luz su apretado tesoro;
pero se pone triste, y, en un orgullo avaro,
derrama por la tierra, descontenta, su oro.
De nuevo se abre el grano rico en la sombra amiga
-cuna y tumba, almo trueque- de la tierra mojada,
para surjir de nuevo, en otra bella espiga
más redonda, más firme, más alta y más dorada.
Y... ¡otra vez a la tierra! ¡Anhelo inestinguible,
ante la norma única de la espiga perfecta,
de una suprema forma, que eleve a lo imposible
el alma, ¡oh poesía!, infinita, áurea, recta!
encendiendo en la luz su apretado tesoro;
pero se pone triste, y, en un orgullo avaro,
derrama por la tierra, descontenta, su oro.
De nuevo se abre el grano rico en la sombra amiga
-cuna y tumba, almo trueque- de la tierra mojada,
para surjir de nuevo, en otra bella espiga
más redonda, más firme, más alta y más dorada.
Y... ¡otra vez a la tierra! ¡Anhelo inestinguible,
ante la norma única de la espiga perfecta,
de una suprema forma, que eleve a lo imposible
el alma, ¡oh poesía!, infinita, áurea, recta!
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